miércoles, 12 de septiembre de 2018
























UNA LEYENDA ENCANTADA

Amanecía, todavía el sol no había asomado, tímido aún sus primeros rayos daban en las almenas del castillo, dónde se deslumbraban las siluetas de los vigilantes que toda la noche habían estado custodiando sus murallas, así como atentos a los aledaños y sobre todo que nadie invadiera la villa. Habían sido días muy duros, Jacobo de Gusancer había acudido a la llamada de socorro, y se alojaba en los aposentos de su amigo y señor de Calcena, Juan Silos de Valdenarros.
PEÑA DE LOS MOROS - CALCENA

El día anterior había venido de las Castillas a defender con su ejército la invasión que parecía inminente del moro. Éste se hallaba haciendo plaza en las cercanías, en un barranco dónde las aguas bajan del monte denominado La Tonda. Asediaba día y noche y esperaba el momento propicio para atacar la villa.

En los aposentos del moro Al-Barradam, su hija la princesa Fhatia, se acababa de levantar, su doncella le ayudaba en el aseo matinal, todavía rondaba en su memoria que había tenido que venir con su padre a tierras hispanas y haber dejado lejos el palacio dónde habitaba que le traía gratísimos recuerdos de su infancia, no ahora que tenía que habitar en una tienda de ejército rodeada de todo lo que conlleva un asedio militar y carente de las comodidades que tenía en palacio. Era bellísima, morena, de ojos verdes con largos cabellos negros. Su mente estaba ausente, pensaba en él, lo había conocido el día anterior, en una escapada que había hecho con su doncella a explorar los maravillosos paisajes de la zona, se lo encontró en el camino que lleva a la villa, montado en un hermoso corcel de color pardo, se miraron, pero sólo con cruzar la mirada entre ambos se produjo un momento mágico que ninguno de los dos olvidaría en el resto de sus días.

Guillermo, que así se llamaba el joven que había conocido, vino con su padre Jacobo el día anterior, estaba aprendiendo las artes de la guerra, quería hacerse caballero en ese año, por eso viajaba siempre con su padre estos dos últimos años, aunque a él no le agradaba mucho, era más bien hombre de letras y ciencias, pero la familia se impuso a que recibiera las artes de caballería para así poder expulsar al moro de tierras hispanas.

Los dos jóvenes, en su primer encuentro, sólo cruzaron las miradas, sin hablar, sin decir nada, sólo la magia de ese momento en que cada mirada caló en el interior de cada uno.

Pasaron varios días, el asedio a la villa por parte del moro, no se producía, al enterarse Al-Barradam que había llegado Jacobo de Gusancer con su ejército a la villa a ayudar a defenderla, vio que se habían equilibrado las fuerzas y que incluso las suyas habían quedado minimizadas, por lo que decidió esperar y no arriesgarse.

Todos los días la joven princesa, salía con su doncella, con la esperanza de ver de nuevo al joven apuesto que la había calado con esa mirada tan profunda, su pensamiento sólo estaba en él, cada vez se hacía más intenso, tanto su doncella como su padre se dieron cuenta de que algo pasaba en su mente, su carácter había cambiado por completo y su sonrisa ya no era la sonrisa de esa niña que abrazaba a su padre ingenuamente. Su padre no se había dado cuenta de que aquella niña ya era una mujer, ya tenía esos sentimientos que hacen estremecer a todo el cuerpo, él estaba más pendiente de los asuntos del asedio que de los de su hija y eso que siempre se preocupaba por ella desde que nació y en el parto murió su mujer, la madre de la princesa.

Una mañana de tantas, Guillermo, como el asunto del asedio se había relajado bastante, y ya había transcurrido varios meses y el moro no se decidía atacar, salió con su caballo, en su mente estaba la imagen de aquella silueta de mujer que vio días atrás, no se la quitaba de la cabeza, dirigió su montura hacia dónde la había visto aquel día, sin tener esperanza de si la encontraría o no, llegó a un barranco, dónde había una gruta que en tiempos fue una mina de plata, explotada por los romanos y que ahora estaba abandonada, se apeó y aún sabiendo que aquella zona era peligrosa, empezó a andar dejando el animal suelto comiendo de la abundante hierba que había en ese lugar.

Era verano, el sol ya había llegado a su zénit y calentaba, por lo que buscó el riachuelo de agua cristalina que corría por allí para beber y llenar el odre de cuero de agua para la vuelta, que aunque no mediaba mucha distancia, con ese calor le vendría bien echar algún trago que otro.

En el silencio del valle sólo se apreciaba el borboteo del agua cuando entraba en el recipiente y el sonido de alguna cigarra que cantaba como si el calor le invitara a hacerlo, fue entonces cuando vio que una sombra se acercaba y oscurecía el riachuelo, levantó la vista y ahí estaba, radiante su silueta, cubierta toda ella con un vestido oscuro para que el sol no la hiriera, sólo se veían sus ojos, esos ojos que tanto había pensado en ellos, esa mirada penetrante que el primer día fulminó su interior y que ya nunca saldría de él.

Se levantó para volverla a mirar para clavar también su mirada en ella y sin mediar palabra, estuvieron así mirándose el uno al otro, no sé cuanto tiempo, creo que se paró en ese instante el tiempo, la vida, todo el universo era para ellos, absortos estaban los dos cuando un grito que venía de entre la maleza, deshizo aquel hechizo que no sabían cuanto duró. Era la doncella que llamaba a Fhatia, porque había visto el caballo de Guillermo y la llamaba para protegerla, para regresar ya, pues seguro que su padre, estaría preocupado por el tiempo que había permanecido fuera del recinto acuartelado y por lo que se había alejado de él.

Guillermo, sin mediar palabra, sólo con gestos con las manos le indicó que mañana a la misma hora estaría otra vez allí para verse, ella lo entendió enseguida, seguro que si hubieran hablado no se habrían entendido mejor, pero la magia que había en ellos hizo que percibiesen en seguida lo que ambos deseaban.

Al día siguiente ahí estaban los dos, uno frente al otro, su impulso fue mutuo, se abrazaron, besaron llenos de amor, irradiaban ambos una alegría que sólo ellos sabían, allí mismo en ese momento se juraron amor eterno, sabían que lo tenían muy difícil, ambos decidieron que hablarían con sus padres y que los comprenderían, que siempre habían querido lo mejor para ellos y eso era lo mejor, su amor, pero que equivocados estaban, nunca más lejos de la realidad, ellos soñaban que iban a estar siempre juntos y que su amor superaría todos los obstáculos que se avecinaban.

Así estuvieron muchos días, viéndose cada mañana, a la misma hora y en el mismo lugar, la doncella de Fhatia, era cómplice de ambos, cada día que pasaba crecía más el amor en ellos, cada día también hablaban de solucionar la situación y hablar con sus padres, pero el temor podía más que ellos y aunque lo deseaban, el miedo al rechazo, pues eran conscientes de la situación, hacía que se retrasaran en la decisión de ponerlo en conocimiento de sus padres.

El lugar de encuentro era una cueva que la naturaleza había creado en el pié de una peña o roca gigante que miraba al cielo orgullosa de erigirse sobre las demás que la rodeaban, allí cada día renacía el amor entre ellos, allí se paraba el tiempo mientras permanecían entrelazados sus cuerpos y sus almas, allí sólo existían ellos, nadie habitaba el universo más que ellos, allí se dejaban llevar ambos en un viaje, que consideraban sin retorno, a través de las estrellas, allí construían el puente que enlazaba con el universo pleno de armonía musical que sólo se oía en sus corazones.

Tanto prorrogaban esos momentos todos los días, que ocurrió lo que no querían que ocurriera, un día, entusiasmados en su mundo, dejaron pasar el tiempo sin ser conscientes de que habían transcurrido tres días que estaban dentro de su morada fantástica.

Ambos padres, preocupados por la desaparición de sus hijos, el primer día salieron patrullas, para ir en su busca, sin dar resultado.

Al tercer día, cuando, tanto Jacobo como Al-Barradam, daban por hecho que a su hijos los habían secuestrado, a Guillermo, Al-Barradam y a Fhatia, Jacobo de Gusancer, las dos patrullas coincidieron en la entrada de la gruta, ¿casualidad? ¿O estaba escrito por el destino que así fuera?

Lo cierto es que, ahí estaban los dos grupos de soldados al mando de sus respectivos jefes, padres de ambos jóvenes, cruzando palabras violentas, como para iniciar una revuelta, acusándose de la culpabilidad de los secuestros de sus hijos.

Enzarzados los dos padres, se intercambiaban palabras acusatorias, cuando de pronto un grito, salía del interior de la cueva: -están ahí-

Esto hizo calmarse y volver la mirada hacia el agujero, esculpido por la naturaleza en la roca, vieron la silueta de un soldado que señalaba con su mano hacia el interior de la gruta.

-Mi señor- dirigiéndose a Jacobo, están ahí, Guillermo está ahí dentro con una joven sarracena. –No puede ser- exclamó Al-Barradam, -no puede ser- mi hija, mi princesa, -no puede ser ella-

Pero la realidad se hizo evidencia, cuando salieron los dos jóvenes abrazados y con las manos puestas a la altura de los ojos, pues el sol dañaba sus pupilas, y con dificultad abrían los párpados.

Sus voces, casi sin fuerza, pero firmes, se dirigieron a ambos padres diciéndoles al unísono que se amaban y querían compartir el resto de sus días juntos.

Los padres, a pesar de que podrían estar de acuerdo individualmente cada uno, pertenecían a reinos y culturas distintas, y que ni árabes ni cristianos verían jamás con buenos ojos esa unión.

Había transcurrido bastante tiempo sin que los dos jóvenes se vieran, pues sus padres se encargaron de que así fuese, pero una mañana, provistos con el amor como única arma, los jóvenes escaparon, a los pocos minutos de la huída, al rey moro le llegó la noticia de la fuga.

Al-Barradam, entonces, mandó una docena de soldados en su busca con las órdenes precisas de que si los encontraban, devolviesen al joven a su padre y a la princesa la encerrasen en la cueva que fue lugar de encuentro y de amor de los dos, y que la custodiasen cuatro guardianes permanentemente.

Así transcurrieron los días, Fhatia cautiva en la gruta, no hacía más que pensar en su querido Guillermo, no quería comer, no quería vivir sino era con su amor.

Un día Guillermo, acudió a la cueva, para ver si podía liberar a Fhatia, y así escapar ambos a tierras lejanas dónde pudieran vivir su amor, al llegar sacó la espada y se enfrentó a los cuatro soldados que custodiaban la entrada, tuvo mala suerte, uno de ellos logró reducirlo y atado lo montaron en su caballo dejándolo ir, su espada los soldados la tiraron perdiéndose entre las malezas cerca de la cueva.

Dicen que Guillermo estuvo vagando mucho tiempo por esa zona y que todos los días oía a la princesa. Ésta a su vez también oía a su Guillermo y lo veía siempre en su corazón.

Hoy en día, por todo el Moncayo, y sobre todo por la zona llamada “Peña de los Moros” y el barranco Valdeplata, si se presta mucha atención, pueden oírse las voces de los dos jóvenes, y dicen también que aún está la espada del joven Guillermo y que nadie la ha encontrado y quien lo haga gozará de un gran encantamiento, pudiendo ver y conocer a los dos jóvenes amantes.

Pedro Cardiel Uceda

10 de Junio de 2013