viernes, 26 de julio de 2019

EN EL VELATORIO DE MAMÁ

Mañana, no estarás con nosotros, madre,
y la casa quedará oscura y fría.

Aunque estoy triste, mamá, tengo esperanza,
porque te vas al cielo prometido.
Búscame, madre, allí un sitio cálido y alegre,
junto a papá, junto a los seres queridos.
Alegre como tu casa, madre,
como tu ánimo, como tu mirada.
Cálido como tu regazo, madre querida
.
Mañana, no estarás con nosotros, madre,
y la casa quedará oscura y fría.

Cierto que llevabas tiempo en silencio,
como ya todo dicho en esta vida,
pero estabas ahí, madre adorada.
Y peinaba tu pelo de plata, madre,
y tocaba tu rostro de porcelana,
y miraba tus ojos de azabache,
y te besaba, y tú me sonreías.

Mañana, no estarás con nosotros, madre,
y la casa quedará oscura y fría.

M.D. Cardiel

miércoles, 12 de septiembre de 2018
























UNA LEYENDA ENCANTADA

Amanecía, todavía el sol no había asomado, tímido aún sus primeros rayos daban en las almenas del castillo, dónde se deslumbraban las siluetas de los vigilantes que toda la noche habían estado custodiando sus murallas, así como atentos a los aledaños y sobre todo que nadie invadiera la villa. Habían sido días muy duros, Jacobo de Gusancer había acudido a la llamada de socorro, y se alojaba en los aposentos de su amigo y señor de Calcena, Juan Silos de Valdenarros.
PEÑA DE LOS MOROS - CALCENA

El día anterior había venido de las Castillas a defender con su ejército la invasión que parecía inminente del moro. Éste se hallaba haciendo plaza en las cercanías, en un barranco dónde las aguas bajan del monte denominado La Tonda. Asediaba día y noche y esperaba el momento propicio para atacar la villa.

En los aposentos del moro Al-Barradam, su hija la princesa Fhatia, se acababa de levantar, su doncella le ayudaba en el aseo matinal, todavía rondaba en su memoria que había tenido que venir con su padre a tierras hispanas y haber dejado lejos el palacio dónde habitaba que le traía gratísimos recuerdos de su infancia, no ahora que tenía que habitar en una tienda de ejército rodeada de todo lo que conlleva un asedio militar y carente de las comodidades que tenía en palacio. Era bellísima, morena, de ojos verdes con largos cabellos negros. Su mente estaba ausente, pensaba en él, lo había conocido el día anterior, en una escapada que había hecho con su doncella a explorar los maravillosos paisajes de la zona, se lo encontró en el camino que lleva a la villa, montado en un hermoso corcel de color pardo, se miraron, pero sólo con cruzar la mirada entre ambos se produjo un momento mágico que ninguno de los dos olvidaría en el resto de sus días.

Guillermo, que así se llamaba el joven que había conocido, vino con su padre Jacobo el día anterior, estaba aprendiendo las artes de la guerra, quería hacerse caballero en ese año, por eso viajaba siempre con su padre estos dos últimos años, aunque a él no le agradaba mucho, era más bien hombre de letras y ciencias, pero la familia se impuso a que recibiera las artes de caballería para así poder expulsar al moro de tierras hispanas.

Los dos jóvenes, en su primer encuentro, sólo cruzaron las miradas, sin hablar, sin decir nada, sólo la magia de ese momento en que cada mirada caló en el interior de cada uno.

Pasaron varios días, el asedio a la villa por parte del moro, no se producía, al enterarse Al-Barradam que había llegado Jacobo de Gusancer con su ejército a la villa a ayudar a defenderla, vio que se habían equilibrado las fuerzas y que incluso las suyas habían quedado minimizadas, por lo que decidió esperar y no arriesgarse.

Todos los días la joven princesa, salía con su doncella, con la esperanza de ver de nuevo al joven apuesto que la había calado con esa mirada tan profunda, su pensamiento sólo estaba en él, cada vez se hacía más intenso, tanto su doncella como su padre se dieron cuenta de que algo pasaba en su mente, su carácter había cambiado por completo y su sonrisa ya no era la sonrisa de esa niña que abrazaba a su padre ingenuamente. Su padre no se había dado cuenta de que aquella niña ya era una mujer, ya tenía esos sentimientos que hacen estremecer a todo el cuerpo, él estaba más pendiente de los asuntos del asedio que de los de su hija y eso que siempre se preocupaba por ella desde que nació y en el parto murió su mujer, la madre de la princesa.

Una mañana de tantas, Guillermo, como el asunto del asedio se había relajado bastante, y ya había transcurrido varios meses y el moro no se decidía atacar, salió con su caballo, en su mente estaba la imagen de aquella silueta de mujer que vio días atrás, no se la quitaba de la cabeza, dirigió su montura hacia dónde la había visto aquel día, sin tener esperanza de si la encontraría o no, llegó a un barranco, dónde había una gruta que en tiempos fue una mina de plata, explotada por los romanos y que ahora estaba abandonada, se apeó y aún sabiendo que aquella zona era peligrosa, empezó a andar dejando el animal suelto comiendo de la abundante hierba que había en ese lugar.

Era verano, el sol ya había llegado a su zénit y calentaba, por lo que buscó el riachuelo de agua cristalina que corría por allí para beber y llenar el odre de cuero de agua para la vuelta, que aunque no mediaba mucha distancia, con ese calor le vendría bien echar algún trago que otro.

En el silencio del valle sólo se apreciaba el borboteo del agua cuando entraba en el recipiente y el sonido de alguna cigarra que cantaba como si el calor le invitara a hacerlo, fue entonces cuando vio que una sombra se acercaba y oscurecía el riachuelo, levantó la vista y ahí estaba, radiante su silueta, cubierta toda ella con un vestido oscuro para que el sol no la hiriera, sólo se veían sus ojos, esos ojos que tanto había pensado en ellos, esa mirada penetrante que el primer día fulminó su interior y que ya nunca saldría de él.

Se levantó para volverla a mirar para clavar también su mirada en ella y sin mediar palabra, estuvieron así mirándose el uno al otro, no sé cuanto tiempo, creo que se paró en ese instante el tiempo, la vida, todo el universo era para ellos, absortos estaban los dos cuando un grito que venía de entre la maleza, deshizo aquel hechizo que no sabían cuanto duró. Era la doncella que llamaba a Fhatia, porque había visto el caballo de Guillermo y la llamaba para protegerla, para regresar ya, pues seguro que su padre, estaría preocupado por el tiempo que había permanecido fuera del recinto acuartelado y por lo que se había alejado de él.

Guillermo, sin mediar palabra, sólo con gestos con las manos le indicó que mañana a la misma hora estaría otra vez allí para verse, ella lo entendió enseguida, seguro que si hubieran hablado no se habrían entendido mejor, pero la magia que había en ellos hizo que percibiesen en seguida lo que ambos deseaban.

Al día siguiente ahí estaban los dos, uno frente al otro, su impulso fue mutuo, se abrazaron, besaron llenos de amor, irradiaban ambos una alegría que sólo ellos sabían, allí mismo en ese momento se juraron amor eterno, sabían que lo tenían muy difícil, ambos decidieron que hablarían con sus padres y que los comprenderían, que siempre habían querido lo mejor para ellos y eso era lo mejor, su amor, pero que equivocados estaban, nunca más lejos de la realidad, ellos soñaban que iban a estar siempre juntos y que su amor superaría todos los obstáculos que se avecinaban.

Así estuvieron muchos días, viéndose cada mañana, a la misma hora y en el mismo lugar, la doncella de Fhatia, era cómplice de ambos, cada día que pasaba crecía más el amor en ellos, cada día también hablaban de solucionar la situación y hablar con sus padres, pero el temor podía más que ellos y aunque lo deseaban, el miedo al rechazo, pues eran conscientes de la situación, hacía que se retrasaran en la decisión de ponerlo en conocimiento de sus padres.

El lugar de encuentro era una cueva que la naturaleza había creado en el pié de una peña o roca gigante que miraba al cielo orgullosa de erigirse sobre las demás que la rodeaban, allí cada día renacía el amor entre ellos, allí se paraba el tiempo mientras permanecían entrelazados sus cuerpos y sus almas, allí sólo existían ellos, nadie habitaba el universo más que ellos, allí se dejaban llevar ambos en un viaje, que consideraban sin retorno, a través de las estrellas, allí construían el puente que enlazaba con el universo pleno de armonía musical que sólo se oía en sus corazones.

Tanto prorrogaban esos momentos todos los días, que ocurrió lo que no querían que ocurriera, un día, entusiasmados en su mundo, dejaron pasar el tiempo sin ser conscientes de que habían transcurrido tres días que estaban dentro de su morada fantástica.

Ambos padres, preocupados por la desaparición de sus hijos, el primer día salieron patrullas, para ir en su busca, sin dar resultado.

Al tercer día, cuando, tanto Jacobo como Al-Barradam, daban por hecho que a su hijos los habían secuestrado, a Guillermo, Al-Barradam y a Fhatia, Jacobo de Gusancer, las dos patrullas coincidieron en la entrada de la gruta, ¿casualidad? ¿O estaba escrito por el destino que así fuera?

Lo cierto es que, ahí estaban los dos grupos de soldados al mando de sus respectivos jefes, padres de ambos jóvenes, cruzando palabras violentas, como para iniciar una revuelta, acusándose de la culpabilidad de los secuestros de sus hijos.

Enzarzados los dos padres, se intercambiaban palabras acusatorias, cuando de pronto un grito, salía del interior de la cueva: -están ahí-

Esto hizo calmarse y volver la mirada hacia el agujero, esculpido por la naturaleza en la roca, vieron la silueta de un soldado que señalaba con su mano hacia el interior de la gruta.

-Mi señor- dirigiéndose a Jacobo, están ahí, Guillermo está ahí dentro con una joven sarracena. –No puede ser- exclamó Al-Barradam, -no puede ser- mi hija, mi princesa, -no puede ser ella-

Pero la realidad se hizo evidencia, cuando salieron los dos jóvenes abrazados y con las manos puestas a la altura de los ojos, pues el sol dañaba sus pupilas, y con dificultad abrían los párpados.

Sus voces, casi sin fuerza, pero firmes, se dirigieron a ambos padres diciéndoles al unísono que se amaban y querían compartir el resto de sus días juntos.

Los padres, a pesar de que podrían estar de acuerdo individualmente cada uno, pertenecían a reinos y culturas distintas, y que ni árabes ni cristianos verían jamás con buenos ojos esa unión.

Había transcurrido bastante tiempo sin que los dos jóvenes se vieran, pues sus padres se encargaron de que así fuese, pero una mañana, provistos con el amor como única arma, los jóvenes escaparon, a los pocos minutos de la huída, al rey moro le llegó la noticia de la fuga.

Al-Barradam, entonces, mandó una docena de soldados en su busca con las órdenes precisas de que si los encontraban, devolviesen al joven a su padre y a la princesa la encerrasen en la cueva que fue lugar de encuentro y de amor de los dos, y que la custodiasen cuatro guardianes permanentemente.

Así transcurrieron los días, Fhatia cautiva en la gruta, no hacía más que pensar en su querido Guillermo, no quería comer, no quería vivir sino era con su amor.

Un día Guillermo, acudió a la cueva, para ver si podía liberar a Fhatia, y así escapar ambos a tierras lejanas dónde pudieran vivir su amor, al llegar sacó la espada y se enfrentó a los cuatro soldados que custodiaban la entrada, tuvo mala suerte, uno de ellos logró reducirlo y atado lo montaron en su caballo dejándolo ir, su espada los soldados la tiraron perdiéndose entre las malezas cerca de la cueva.

Dicen que Guillermo estuvo vagando mucho tiempo por esa zona y que todos los días oía a la princesa. Ésta a su vez también oía a su Guillermo y lo veía siempre en su corazón.

Hoy en día, por todo el Moncayo, y sobre todo por la zona llamada “Peña de los Moros” y el barranco Valdeplata, si se presta mucha atención, pueden oírse las voces de los dos jóvenes, y dicen también que aún está la espada del joven Guillermo y que nadie la ha encontrado y quien lo haga gozará de un gran encantamiento, pudiendo ver y conocer a los dos jóvenes amantes.

Pedro Cardiel Uceda

10 de Junio de 2013








sábado, 11 de agosto de 2012

POBLADO MINERO DEL BARRANCO DE VALDEPLATA
CALCENA (Zaragoza)
Visita el 28 de Julio de 2012


Como si quisiera decir algo
Camino o pista que llega hasta mitad del barranco





"Dile silencio, que son los quejidos, aliento del tiempo esperando y rogando por un solo toque del viento. Te dirá que son las paredes del recuerdo que caen y envenenan el suelo donde pisaron mis abuelos". (Pedro Cardiel Uceda)

A las nueve de la mañana, llegué al desvío señalizado en el km 34 de la carretera que va de Trasobares a Calcena. Dejé el coche a la entrada del camino, aunque éste se adentra bastante tramo y podría hacer con el coche casi la mitad del recorrido, no quise, en primer lugar, por no contaminar la naturaleza que se respira en ese lugar, y en segundo por lo bello del paisaje que desde dentro del vehículo no se aprecia igual que andando.
Nada más bajarme del coche y con la cámara de fotos al hombro, divisé al otro lado del barranco un corzo joven que seguro había bajado en busca de agua. Como si me conociera se quedo quieto mirándome, quizá extrañado de verme por allí, aproveché en ese momento para hacer unos disparos con mi cámara, que maravilla de vista, se fundía su silueta con las encinas y el matojo del monte.
Una de las primeras casas y escombrera
Continué el camino, en el paraje se divisaba un manto húmedo que cubría su superficie, debido a que el día anterior y por la noche había habido una tormenta y llovido bastante, por lo que el ambiente estaba muy húmedo, incluso salían caracoles por el camino, y por supuesto disparé unas fotos.
Detalle de una ventana de uno de los edificios
Llegué ya al final de la vía por dónde teóricamente se podría haber adentrado con vehículo, en ese momento se perdía toda la noción de orientación para llegar a las minas, al no ser que se conozca el lugar, y yo lo conozco, soy nacido en Calcena y ya he ido más veces a las minas, aunque la última vez que estuve, de eso hace mucho tiempo y desde luego el barranco se ha cubierto de vegetación y se ha perdido toda señalización de camino. Así que lo más fácil para encontrar las minas es seguir el barranco hacia arriba, muchas veces con dificultad, ya que hay muchas zarzas y juncos que tienes que apartar para no arañarte.
Observé que el barranco, en algunos sitios, estaba marcado con mojones de piedras, señal que demuestra que hace poco alguien visitó estos parajes. (Seguro que fue Rocío de Encanto del Moncayo que una semana antes estuvo en las minas y relata su experiencia en su blogger: http://encantodelmoncayo.blogspot.com.es/2012/08/tesoros-del-moncayo-en-el-valle-de-la.html , gracias Rocío tus aportes sobre el Moncayo en general y sobre Calcena en particular son maravillosos.
Después de serpear el barranco y con muchas dificultades divisé la primera casa del poblado minero en la que se aprecia las escombreras de tierra que extraían de los pozos. Reina en esta zona un silencio de paz y de tranquilidad, hay una combinación entre las construcciones de piedra de las edificaciones y el paisaje que allí se divisa mires en la dirección que mires y ese contraste forma lo salvaje de la zona, que en una época tuvo su apogeo, ya que hubo varias etapas a través de la historia con una gran actividad minera. Ya los romanos sacaban plata de estos pozos para acuñar sus monedas, pero antes los celtíberos pagaban a éstos sus tributos con la plata que sacaban de estas minas. La actividad más reciente que se tiene conocimiento es la que cita Madoz que fue en el segundo tercio del siglo XIX.
En este edificio se puede apreciar en su pared una de las palometas
del tendido eléctrico, por lo que la electricidad estaba presente
La existencia de diversos yacimientos en la región provocó una industria extractiva. Tuvieron gran importancia con muchos altibajos las minas de Calcena situadas junto al río Isuela, en el denominado Valle de la Plata o «Val de Plata» como se conoce en Calcena. Frecuentemente inutilizadas por la inundación de sus galerías, volvían a ponerse en explotación por corto tiempo. El último periodo de actividad minera en Calcena fue en el segundo tercio del siglo XIX. Madoz cita 40 obreros trabajando diariamente en la extracción de cobre, plomo y plata. Hubo antiguamente en Calcena pequeñas fundiciones, aún queda un edificio enorme con unos arcos muy bellos, ya en ruinas, toda la estructura que queda, está en peligro de derrumbarse. Aún pueden verse donde estaban ubicados los hornos, pero en el siglo pasado se llevaba el mineral a Borja para reexpedirlo desde allí. Ante la falta de carreteras, tenían que llevarlo a lomo de mulas, por lo cual la explotación no era rentable. La causa decisiva, con todo, de su abandono fueron las inundaciones constantes de las galerías. También en este pueblo hay mármol negro, pero tiene la misma dificultad de transporte y además es quebradizo, por lo que su explotación tampoco resulta rentable.
Una acción de la Sociedad Minera de Santa Constancia
En 1845 se creó la Sociedad Minera de Santa Constancia para explotar la mina Ménsula y pozos posteriores, esta compañía trabajó allí hasta 1864 y construyó varios de los edificios, que hemos visto.  Se levantaron cuarteles para los mineros, una gran casa utilizada como sede de la compañía y vivienda de los capataces, edificios para talleres, almacenes, caballeriza, laboratorio y hasta una capilla. A los obreros se les alquilaba una habitación que no tendrían que abonar si aguantaban seis meses seguidos trabajando 12 horas diarias; si esto era así a su sueldo de 11 reales diarios se les sumaba además un extra de otros 180 reales por trabajar continuamente sin interrupción, así que nos les quedaba otra alternativa que afincarse allí en las casas construidas.
Dentro de este edificio se halla uno de los pozos mineros
Los pozos que se conocen: pozo Maestro, Santa Constancia, Ménsula y Babila. El mineral se extraía primero tirado por bueyes y ya más adelante se invirtió en una máquina de vapor, por lo que tuvo que haber una gran actividad y rentabilidad en esa etapa, ya que se seguía invirtiendo.  Seguramente más adelante bajó esa actividad, primero debido a que se agotó bastante el mineral pues la cantidad de plata por tonelada de tierra era ya mínima, segundo las continúas inundaciones de los pozos, que debido a ello había que paralizar la actividad, y por último el abaratamiento de la plata en el mercado, debido a que no se podía competir con América, ya que allí la mano de obra era de esclavos.
El abandono de los pueblos en nuestro país ha sido un fenómeno lento, tal vez tan lento como la propia historia, un largo camino por los siglos en el que muchos pueblos han quedado atrás sin remedio y dejando breves huellas. Sin embargo en España, la vida rural fue condenada definitivamente en los años cincuenta del siglo XX, la emigración a las ciudades y al extranjero vació aldeas y pueblos en solo varias décadas, comenzó a morir así una forma de vida que echa sus raíces en la Edad Media. La mecanización del campo, la autarquía y la falta de expectativas echó a los jóvenes a las ciudades y los pueblos quedaron solo para los viejos.
Detalle de una de las puertas
Pueblos barridos por la ponzoña del polvo, del viento ceniza que lame puertas y muros. Piedra sobre zarzas o ventanas con la vista rota. El tiempo va andando y conserva lo que quiere a su capricho, una vieja maleta con algunas cartas en un dormitorio, el carro que arrastró la mula o la hoz de miles de horas de siega. Lugares que así quedaron porque nadie quedó o porque todos marcharon de golpe y con prisas por culpa del miedo.

Uno de los edificios por dentro
Conservar sirve para recordar, sin los útiles tallados no sabríamos de los hombres de la edad de bronce, no sabríamos nada de nosotros sin las murallas o las acequias que siguen ahí a su transcurso para enseñarnos lo que fuimos.

Que bien se conservan las paredes de piedra
Pero ahí está este poblado, viendo como pasa el tiempo, y que poco a poco, hoy una piedra, mañana la lluvia arrastra la tierra y se hunde una pared, ahí está y ojalá se tomara conciencia de lo que significa en la historia de Calcena y se pudiera hacer un plan de conservación de la zona, pero me temo que va a ser muy difícil y que sólo permanecerá en la memoria de los que lo conocimos.
Pedro Cardiel Uceda – Agosto de 2012

Detalle de un arco de uno de los edificios
Ahí está aguantando
Qué paz se respira en este lugar






Interior, destaca su buen estado de conservación










Todos los edificios están sin techo,
pero sus paredes aguantan


















Pozo de desagüe
por donde se extraía la tierra con el mineral



Pozo Santa Constancia