UNA
LEYENDA ENCANTADA
Amanecía,
todavía el sol no había asomado, tímido aún sus primeros rayos daban en las
almenas del castillo, dónde se deslumbraban las siluetas de los vigilantes que
toda la noche habían estado custodiando sus murallas, así como atentos a los
aledaños y sobre todo que nadie invadiera la villa. Habían sido días muy duros,
Jacobo de Gusancer había acudido a la llamada de socorro, y se alojaba en los
aposentos de su amigo y señor de Calcena, Juan Silos de Valdenarros.
PEÑA DE LOS MOROS - CALCENA |
El día anterior había
venido de las Castillas a defender con su ejército la invasión que parecía
inminente del moro. Éste se hallaba haciendo plaza en las cercanías, en un
barranco dónde las aguas bajan del monte denominado La Tonda. Asediaba día y
noche y esperaba el momento propicio para atacar la villa.
En los aposentos del
moro Al-Barradam, su hija la princesa Fhatia, se acababa de levantar, su
doncella le ayudaba en el aseo matinal, todavía rondaba en su memoria que había
tenido que venir con su padre a tierras hispanas y haber dejado lejos el
palacio dónde habitaba que le traía gratísimos recuerdos de su infancia, no
ahora que tenía que habitar en una tienda de ejército rodeada de todo lo que
conlleva un asedio militar y carente de las comodidades que tenía en palacio.
Era bellísima, morena, de ojos verdes con largos cabellos negros. Su mente
estaba ausente, pensaba en él, lo había conocido el día anterior, en una
escapada que había hecho con su doncella a explorar los maravillosos paisajes
de la zona, se lo encontró en el camino que lleva a la villa, montado en un
hermoso corcel de color pardo, se miraron, pero sólo con cruzar la mirada entre
ambos se produjo un momento mágico que ninguno de los dos olvidaría en el resto
de sus días.
Guillermo, que así se
llamaba el joven que había conocido, vino con su padre Jacobo el día anterior,
estaba aprendiendo las artes de la guerra, quería hacerse caballero en ese año,
por eso viajaba siempre con su padre estos dos últimos años, aunque a él no le
agradaba mucho, era más bien hombre de letras y ciencias, pero la familia se
impuso a que recibiera las artes de caballería para así poder expulsar al moro
de tierras hispanas.
Los dos jóvenes, en su
primer encuentro, sólo cruzaron las miradas, sin hablar, sin decir nada, sólo
la magia de ese momento en que cada mirada caló en el interior de cada uno.
Pasaron varios días, el
asedio a la villa por parte del moro, no se producía, al enterarse Al-Barradam
que había llegado Jacobo de Gusancer con su ejército a la villa a ayudar a
defenderla, vio que se habían equilibrado las fuerzas y que incluso las suyas
habían quedado minimizadas, por lo que decidió esperar y no arriesgarse.
Todos los días la joven
princesa, salía con su doncella, con la esperanza de ver de nuevo al joven
apuesto que la había calado con esa mirada tan profunda, su pensamiento sólo
estaba en él, cada vez se hacía más intenso, tanto su doncella como su padre se
dieron cuenta de que algo pasaba en su mente, su carácter había cambiado por
completo y su sonrisa ya no era la sonrisa de esa niña que abrazaba a su padre
ingenuamente. Su padre no se había dado cuenta de que aquella niña ya era una
mujer, ya tenía esos sentimientos que hacen estremecer a todo el cuerpo, él
estaba más pendiente de los asuntos del asedio que de los de su hija y eso que
siempre se preocupaba por ella desde que nació y en el parto murió su mujer, la
madre de la princesa.
Una mañana de tantas,
Guillermo, como el asunto del asedio se había relajado bastante, y ya había
transcurrido varios meses y el moro no se decidía atacar, salió con su caballo,
en su mente estaba la imagen de aquella silueta de mujer que vio días atrás, no
se la quitaba de la cabeza, dirigió su montura hacia dónde la había visto aquel
día, sin tener esperanza de si la encontraría o no, llegó a un barranco, dónde
había una gruta que en tiempos fue una mina de plata, explotada por los romanos
y que ahora estaba abandonada, se apeó y aún sabiendo que aquella zona era
peligrosa, empezó a andar dejando el animal suelto comiendo de la abundante hierba
que había en ese lugar.
Era verano, el sol ya
había llegado a su zénit y calentaba, por lo que buscó el riachuelo de agua
cristalina que corría por allí para beber y llenar el odre de cuero de agua
para la vuelta, que aunque no mediaba mucha distancia, con ese calor le vendría
bien echar algún trago que otro.
En el silencio del
valle sólo se apreciaba el borboteo del agua cuando entraba en el recipiente y
el sonido de alguna cigarra que cantaba como si el calor le invitara a hacerlo,
fue entonces cuando vio que una sombra se acercaba y oscurecía el riachuelo,
levantó la vista y ahí estaba, radiante su silueta, cubierta toda ella con un
vestido oscuro para que el sol no la hiriera, sólo se veían sus ojos, esos ojos
que tanto había pensado en ellos, esa mirada penetrante que el primer día
fulminó su interior y que ya nunca saldría de él.
Se levantó para
volverla a mirar para clavar también su mirada en ella y sin mediar palabra,
estuvieron así mirándose el uno al otro, no sé cuanto tiempo, creo que se paró
en ese instante el tiempo, la vida, todo el universo era para ellos, absortos
estaban los dos cuando un grito que venía de entre la maleza, deshizo aquel
hechizo que no sabían cuanto duró. Era la doncella que llamaba a Fhatia, porque
había visto el caballo de Guillermo y la llamaba para protegerla, para regresar
ya, pues seguro que su padre, estaría preocupado por el tiempo que había
permanecido fuera del recinto acuartelado y por lo que se había alejado de él.
Guillermo, sin mediar
palabra, sólo con gestos con las manos le indicó que mañana a la misma hora
estaría otra vez allí para verse, ella lo entendió enseguida, seguro que si
hubieran hablado no se habrían entendido mejor, pero la magia que había en
ellos hizo que percibiesen en seguida lo que ambos deseaban.
Al día siguiente ahí
estaban los dos, uno frente al otro, su impulso fue mutuo, se abrazaron,
besaron llenos de amor, irradiaban ambos una alegría que sólo ellos sabían,
allí mismo en ese momento se juraron amor eterno, sabían que lo tenían muy
difícil, ambos decidieron que hablarían con sus padres y que los comprenderían,
que siempre habían querido lo mejor para ellos y eso era lo mejor, su amor,
pero que equivocados estaban, nunca más lejos de la realidad, ellos soñaban que
iban a estar siempre juntos y que su amor superaría todos los obstáculos que se
avecinaban.
Así estuvieron muchos
días, viéndose cada mañana, a la misma hora y en el mismo lugar, la doncella de
Fhatia, era cómplice de ambos, cada día que pasaba crecía más el amor en ellos,
cada día también hablaban de solucionar la situación y hablar con sus padres,
pero el temor podía más que ellos y aunque lo deseaban, el miedo al rechazo,
pues eran conscientes de la situación, hacía que se retrasaran en la decisión
de ponerlo en conocimiento de sus padres.
El lugar de encuentro
era una cueva que la naturaleza había creado en el pié de una peña o roca
gigante que miraba al cielo orgullosa de erigirse sobre las demás que la
rodeaban, allí cada día renacía el amor entre ellos, allí se paraba el tiempo
mientras permanecían entrelazados sus cuerpos y sus almas, allí sólo existían
ellos, nadie habitaba el universo más que ellos, allí se dejaban llevar ambos
en un viaje, que consideraban sin retorno, a través de las estrellas, allí
construían el puente que enlazaba con el universo pleno de armonía musical que
sólo se oía en sus corazones.
Tanto prorrogaban esos
momentos todos los días, que ocurrió lo que no querían que ocurriera, un día,
entusiasmados en su mundo, dejaron pasar el tiempo sin ser conscientes de que
habían transcurrido tres días que estaban dentro de su morada fantástica.
Ambos padres,
preocupados por la desaparición de sus hijos, el primer día salieron patrullas,
para ir en su busca, sin dar resultado.
Al tercer día, cuando,
tanto Jacobo como Al-Barradam, daban por hecho que a su hijos los habían
secuestrado, a Guillermo, Al-Barradam y a Fhatia, Jacobo de Gusancer, las dos
patrullas coincidieron en la entrada de la gruta, ¿casualidad? ¿O estaba
escrito por el destino que así fuera?
Lo cierto es que, ahí
estaban los dos grupos de soldados al mando de sus respectivos jefes, padres de
ambos jóvenes, cruzando palabras violentas, como para iniciar una revuelta,
acusándose de la culpabilidad de los secuestros de sus hijos.
Enzarzados los dos
padres, se intercambiaban palabras acusatorias, cuando de pronto un grito, salía
del interior de la cueva: -están ahí-
Esto hizo calmarse y
volver la mirada hacia el agujero, esculpido por la naturaleza en la roca,
vieron la silueta de un soldado que señalaba con su mano hacia el interior de
la gruta.
-Mi señor- dirigiéndose
a Jacobo, están ahí, Guillermo está ahí dentro con una joven sarracena. –No
puede ser- exclamó Al-Barradam, -no puede ser- mi hija, mi princesa, -no puede
ser ella-
Pero la realidad se
hizo evidencia, cuando salieron los dos jóvenes abrazados y con las manos
puestas a la altura de los ojos, pues el sol dañaba sus pupilas, y con
dificultad abrían los párpados.
Sus voces, casi sin
fuerza, pero firmes, se dirigieron a ambos padres diciéndoles al unísono que se
amaban y querían compartir el resto de sus días juntos.
Los padres, a pesar de
que podrían estar de acuerdo individualmente cada uno, pertenecían a reinos y
culturas distintas, y que ni árabes ni cristianos verían jamás con buenos ojos
esa unión.
Había transcurrido
bastante tiempo sin que los dos jóvenes se vieran, pues sus padres se
encargaron de que así fuese, pero una mañana, provistos con el amor como única
arma, los jóvenes escaparon, a los pocos minutos de la huída, al rey moro le
llegó la noticia de la fuga.
Al-Barradam, entonces,
mandó una docena de soldados en su busca con las órdenes precisas de que si los
encontraban, devolviesen al joven a su padre y a la princesa la encerrasen en
la cueva que fue lugar de encuentro y de amor de los dos, y que la custodiasen
cuatro guardianes permanentemente.
Así transcurrieron los
días, Fhatia cautiva en la gruta, no hacía más que pensar en su querido
Guillermo, no quería comer, no quería vivir sino era con su amor.
Un día Guillermo,
acudió a la cueva, para ver si podía liberar a Fhatia, y así escapar ambos a
tierras lejanas dónde pudieran vivir su amor, al llegar sacó la espada y se
enfrentó a los cuatro soldados que custodiaban la entrada, tuvo mala suerte,
uno de ellos logró reducirlo y atado lo montaron en su caballo dejándolo ir, su
espada los soldados la tiraron perdiéndose entre las malezas cerca de la cueva.
Dicen que Guillermo
estuvo vagando mucho tiempo por esa zona y que todos los días oía a la
princesa. Ésta a su vez también oía a su Guillermo y lo veía siempre en su
corazón.
Hoy en día, por todo el
Moncayo, y sobre todo por la zona llamada “Peña de los Moros” y el barranco
Valdeplata, si se presta mucha atención, pueden oírse las voces de los dos
jóvenes, y dicen también que aún está la espada del joven Guillermo y que nadie
la ha encontrado y quien lo haga gozará de un gran encantamiento, pudiendo ver
y conocer a los dos jóvenes amantes.
Pedro Cardiel Uceda